Escrito por la Pastora Senabri Silvestre
El éxito de la predicación
del evangelio por parte de los Apóstoles, la mayoría de ellos muertos
trágicamente como mártires, nos demuestra que debemos enfrentar muchas
adversidades para lograr nuestros objetivos.
Los infortunios tolerados
por Pablo, Pedro, Esteban, Juan y otros discípulos, además del propio
Jesucristo, fueron de diversos calibres. Incluyeron preocupación, dolor, miedo,
persecución y pérdida de la integridad, por último física; pero ninguno de
ellos significó el receso o la renuncia de su plan de evangelización.
Esteban no dejó de hablar de
Jesús cuando estaba siendo juzgado por esa causa frente al Sanedrín (tribunal
donde los judíos dirimían los asuntos judiciales y religiosos). Tampoco dejó de
invocarlo cuando lo estaban apedreando hasta su muerte (Hechos 7).
Pedro y Juan, apresados por
la misma causa que Esteban, siguieron esparciendo el cristianismo luego de que
los miembros del Concilio (Sanedrín) los amenazaran para que desistieran de ese
objetivo; con mayor determinación continuaron haciendo discípulos, tras salir
de la cárcel (Hechos 4).
Entonces, ante la situación
que padeces, bien sea de enfermedad, pérdida de un ser querido o de algo material,
¿por qué te detienes?
Aunque la mente y el cuerpo
estén heridos, cuando fallan las fuerzas, tu visión debe estar puesta en el
propósito de Dios, en tus objetivos personales, en aquello que quieres lograr.
Cuándo un camino se bloquea no vale detenerse ni auto compadecerse, sino buscar
una vía alterna para proseguir.
Es cierto que a veces no
está claro cómo seguir avanzando. Pablo, luego de su conversión, relatada en
Hechos, capítulo nueve, “por la gloria de la luz» a través de la cual vio a
Jesús, quedó ciego. Ante el chock de lo ocurrido, Saulo (como era llamado en
ese momento) fue llevado a Damasco y llevaba tres días sin ver, comer ni beber.
Él no sabía qué hacer ni
para dónde coger, pero Dios, al igual que hoy llega a ti, envió a Ananías para
hacerle saber que había sido escogido para su obra. “Ahora, pues, ¿por qué te
detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre”,
Hechos 22:16.
Así le dijo Ananías y
enseguida se le cayeron las escamas de los ojos. Al instante, Pablo se levantó,
comió y comenzó a predicar el Evangelio.
Hoy, aún en tu desierto,
Dios guarda tu vida, ¿por qué te detienes?
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Bendiciones