Articulo de Opinión por Carlos De Leon
Desde la implementación del 4% del PIB para la educación en República
Dominicana, se han promovido políticas como la jornada escolar extendida, con
la intención de mejorar la calidad educativa, reducir la desigualdad y ofrecer
más tiempo de aprendizaje. Sin embargo, a más de una década de su aplicación,
surgen interrogantes sobre sus efectos reales en el bienestar de los niños y
adolescentes.
En muchos sectores del país, especialmente en zonas urbanas y rurales,
los estudiantes deben levantarse entre 5:30 y 6:30 a.m. para llegar a tiempo a
sus centros educativos, cuyo horario de entrada está establecido para las 7:45
a.m. Esta rutina, repetida cinco días a la semana, genera fatiga crónica,
afecta el rendimiento cognitivo y limita el tiempo de descanso, juego y
convivencia familiar.
Desde la neuroeducación, se sabe que el cerebro infantil necesita sueño
reparador para consolidar aprendizajes, regular emociones y desarrollar
funciones ejecutivas. La privación de sueño, combinada con jornadas escolares
de hasta 8 horas, puede provocar estrés tóxico, irritabilidad, dificultades de
atención y bajo rendimiento académico.
La jornada extendida, en teoría, debería incluir espacios para el arte,
el deporte, la lectura libre y el desarrollo socioemocional. En la práctica,
muchos centros carecen de panelistas, talleristas y personal especializado, lo
que convierte el tiempo adicional en una prolongación de clases tradicionales,
sin innovación ni descanso.
La psicología educativa advierte que el aprendizaje significativo
requiere variedad de estímulos, pausas activas y ambientes emocionalmente
seguros. Cuando el aula se convierte en un espacio de presión constante, el
niño no aprende mejor, sino que se adapta para sobrevivir al sistema.
Al salir de la escuela a las 4:00 p.m., muchos estudiantes reciben
tareas que deben completar en casa. Esto reduce aún más el tiempo disponible
para compartir con la familia, jugar con amigos del barrio o simplemente
descansar. La infancia se ve colonizada por la escuela, y el hogar pierde su
función de refugio emocional.
Desde la perspectiva de la salud psicoemocional, esta dinámica puede
generar ansiedad, frustración y desconexión afectiva. Los niños necesitan
espacios para expresarse, explorar, equivocarse y ser escuchados. Cuando todo
gira en torno al rendimiento escolar, se corre el riesgo de deshumanizar la
educación.
Muchos padres y madres se sienten abrumados por la carga escolar que sus
hijos traen a casa. En lugar de fortalecer el vínculo familiar, las tareas y
exigencias generan conflictos, tensiones y agotamiento compartido. La escuela
debe ser un espacio de formación, pero no puede invadir el tiempo familiar.
La psicología familiar propone que el aprendizaje debe ser coherente con
los ritmos de vida, respetando los espacios de juego, conversación y afecto. La
familia no debe ser vista como una extensión del aula, sino como un entorno
complementario que nutre el desarrollo integral.
A pesar del aumento en inversión educativa, la violencia escolar y
comunitaria sigue en ascenso. Esto revela que el modelo actual no está logrando
transformar las condiciones estructurales que afectan a la niñez. La falta de
tiempo para el juego libre, la socialización y el desarrollo emocional
contribuye a una infancia desconectada, reactiva y vulnerable.
La neurociencia social indica que el cerebro humano se desarrolla en
interacción con otros. Si los niños no tienen tiempo para construir vínculos
sanos, resolver conflictos y experimentar la empatía, se limita su capacidad
para vivir en comunidad.
La jornada extendida y el 4% para la educación fueron pensados como
avances. Pero si no se acompañan de una revisión profunda del modelo
pedagógico, una redistribución del tiempo escolar, y una integración real de la
familia y la comunidad, corren el riesgo de convertirse en estructuras que
agotan más que educan.
Es urgente repensar la educación desde la neuroeducación, la psicología
y la salud emocional, reconociendo que el bienestar infantil no es un lujo,
sino una condición esencial para el aprendizaje. La escuela debe formar, pero
también cuidar, respetar y liberar.
Propuestas interdisciplinarias
para una educación dominicana centrada en el bienestar infantil
Parte I: Neuroeducación para
una jornada escolar saludable
La neuroeducación, como disciplina que une la neurociencia con la
pedagogía, ofrece claves para rediseñar la jornada escolar dominicana. El
cerebro infantil no está diseñado para largas horas de instrucción sin pausas
ni variedad de estímulos.
Propuestas desde la neuroeducación:
- Rediseño del horario escolar: Incorporar bloques de descanso activo
cada 90 minutos, con actividades físicas, artísticas o de relajación.
- Inicio escolar más tardío: Ajustar el horario de entrada a las 8:00
a.m. como mínimo, respetando los ritmos circadianos del desarrollo infantil.
- Ambientes multisensoriales: Crear aulas que estimulen el aprendizaje a
través de colores, texturas, música y movimiento.
- Formación docente en neuroeducación: Capacitar a maestros en
principios básicos del funcionamiento cerebral, gestión emocional y estilos de
aprendizaje.
Parte II: Psicología y salud
psicoemocional en la escuela
La escuela no puede ser solo un espacio de instrucción académica. Debe
convertirse en un entorno que promueva el bienestar emocional, la autoestima y
la resiliencia.
Propuestas desde la psicología educativa:
- Incorporación de psicólogos escolares en cada centro: No como personal
administrativo, sino como agentes activos en la prevención, intervención y
acompañamiento emocional.
- Currículo emocional: Incluir asignaturas o módulos sobre inteligencia
emocional, resolución de conflictos, empatía y autocuidado.
- Espacios seguros de expresión: Crear círculos de diálogo, grupos de
apoyo y actividades que permitan a los estudiantes hablar de sus emociones sin
juicio.
- Evaluación del bienestar estudiantil: Implementar instrumentos
periódicos para medir el estado emocional de los estudiantes y ajustar las
estrategias pedagógicas.
Parte III: Familia, comunidad
y tiempo para vivir
La educación no termina en el aula. El hogar, el barrio y los espacios
de juego son fundamentales para el desarrollo integral.
Propuestas desde la perspectiva familiar y comunitaria:
- Revisión de la carga de tareas escolares: Limitar las tareas para el
hogar, priorizando el descanso y la interacción familiar.
- Escuelas abiertas a la comunidad: Convertir los centros educativos en
espacios de encuentro, donde padres, vecinos y niños puedan participar en
actividades culturales, deportivas y formativas.
- Educación para padres: Ofrecer
talleres sobre crianza positiva, salud emocional y acompañamiento escolar.
- Tiempo protegido para el juego:
Reconocer el juego como derecho y necesidad, garantizando que los niños tengan
tiempo libre real fuera del entorno escolar.
La transformación del modelo
educativo dominicano no depende solo de presupuesto, sino de visión
interdisciplinaria. Neuroeducación, psicología y familia deben dialogar para
construir una escuela que no agote, sino que nutra, inspire y proteja.
El 4% para la educación debe
traducirse en políticas que respeten los ritmos humanos, que reconozcan el
valor del juego, del descanso y del vínculo afectivo. Solo así podremos formar
generaciones sanas, creativas y comprometidas con su entorno.
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